En el corredor norte-mesoamericano hay dos subsistemas claramente identificables que se integran a Estados Unidos, eje de referencia continental, motor de la demanda de mano de obra regional y lugar privilegiado de destino. Por una parte, México como país receptor, emisor, de tránsito y de retorno; y por la otra, Centroamérica, que dista de ser homogénea entre sí. Por el otro, Guatemala, Honduras y El Salvador cuya dinámica migratoria ejemplifica en la década de 1970 por el exilio político; en los 1980s por el refugio; en los 1990s se caracterizó por la migración económica; en el cambio de siglo, la migración ambiental con el huracán Mitch en 1998; y en el siglo XXI, la confluencia de procesos de salida, tránsito y deportación y retorno, aunada a un nuevo tipo y modelo de migrante, el desarraigado que resulta de la articulación de pobreza, violencia y debilidad institucional.
La gestión migratoria en este corredor muestra enormes insuficiencias para atender la problemática que viven los migrantes y enfrenta tres graves limitaciones: está planteada desde un manejo unilateral de los flujos migratorios; está desconectada de los mercados laborales; y privilegia controles y perspectivas de seguridad por encima de todo lo demás. Los esquemas de regulación y gestión migratoria están a la zaga de los hechos, mal encaminados y, por ende, profundizan la vulnerabilidad de los migrantes.
El objetivo de este documento es presentar los grandes rasgos que configuran el sistema migratorio norte-mesoamericano y posteriormente se abordan los alcances y limitaciones de la interlocución de los migrantes y otros actores sociales con los gobiernos, tanto a nivel nacional como en el ámbito transnacional.